3º PUESTO EN IX CONCURSO NACIONAL DE CUENTO JUVENIL "CÉSAR VALLEJO"



El 13 de agosto del presente año se llevó a cabo en el auditorio del local del Instituto Nacional de Cultura (INC) la premiación de los ganadores del IX Concurso Nacional de Cuento Juvenil "César Vallejo", organizado por el Centro de Promoción Cultural de Trujillo (CEPROCUT), donde se presentaron mas de 200 escritos con un elevado nivel de calidad. Es un orgullo para nuestra promoción el tener a un compañero que ha logrado ostentar un premio en dicho certamen, nos referimos a Sixto Zegarra Mondragón, quien alcanzó el 3º puesto con su cuento "Final del Relato". Hacemos extensivas nuestras felicitaciones a Sixto, y esperamos contar con mas orgullos, no solo para nuestra promoción, si no para la facultad a la que pertenecemos.

A continuación, el cuento "Final del Relato":

FINAL DEL RELATO

Se levantó en total oscuridad, encontró la pastilla al tacto sobre su mesa de noche y la dejó disolverse lentamente en su boca...


Padecía de frecuente insomnio, despertándose intempestivamente a mitad de la madrugada o siendo capaz de permanecer despierto muchas noches sucesivas - y ésta no era distinta de tal forma que el relevo del sueño solamente era asumido por aquellos benditos sedantes.

Novelas tras novelas estaban regadas sobre la diminuta habitación, pudiendo interpretarse que sus numerosas páginas exhalaban una especial fragancia, exponenciadas irremediablemente ante los ojos del impávido lector que dedica horas y horas al servicio del vano oficio.

Había decidido casarse con la lectura y profesarle la mayor admiración. No obstante, los atractivos textos – fuentes de seducción – caían alborotados por los rincones, dentro de vetustos cajones, bajo la cama, detrás de los artefactos, debajo la almohada y hasta en los bolsillos de su ropa a manera de minitextos.

A ciencia cierta, nadie sabía si allí existían otros objetos diferentes a los libros, que bien podrían producir sensaciones sonoras capaces de desplazar al más irreproducible aburrimiento. Eso sí, detrás de la puerta sobresalía un compartimiento abarrotado de frascos vacíos, relegados, dejados de consumir y listos para arrojar al basurero.

Por sobre todo, su precepto consistía en no leer nunca el final de las novelas, por más calidad literaria que tuviese el escritor o lo brillante de su estilo. Precisamente, cortaba el argumento justo en el momento del esperado desenlace - sea apoteósico o dramático. De esta manera, asumía que podía interpretar los auténticos estados anímicos que las narraciones son capaces de causar en el impredecible lector.

“No sucumbir al horror, menos a la tragedia”, era la constante precaución que lo acompañaba y de esa manera evitaba los probables desórdenes generados por el sano vicio de hacer propios los traumas ajenos de los personajes.

Los efectos de la inefable pastilla - dóciles o vigorosos – trataban de magnificarse a través de los receptores pasivos dentro de su computadora humana para invitarlo al sueño, pero esta vez no le hacían el menor efecto: de repente sin saberlo había hecho un pacto secreto con las sombras y enigmas que engendra la noche para ser custodiado por entes volátiles los que alejaban todo ímpetu onírico de su frágil entorno.

Algo o alguien – bruscamente, inadvertidamente – interrumpió su monotonía, caminando hasta el umbral de su apartamento y trastornando el límite que separa la realidad de la imaginación. Inclusive, sin permiso, llegando a franquear el excepcional secreto que tenía de soñar de vez en cuando.

Nada extraño sería que una amenazante mirada estuviese puesta en la cerradura, observándolo. Siempre que despertamos, inconscientemente dirigimos la mirada hacia ese lugar y hasta podemos imaginarnos al “asesino” listo para irrumpir con el dedo puesto en el gatillo. Puso la mano sobre su frente para constatar si sudaba a causa del miedo a algún extraño presentimiento.

¿Había ingerido el fármaco equivocado a excesiva dosis?. Intento verificar el frasco sin obtener un resultado favorable.

La madrugada era densa y no permitía visualizar absolutamente nada. Sentía adoloridos los músculos de la cara y los reflejos palpebrales no le obedecían, como si acaso hubiera combatido toda la noche contra enemigos a los que no recordaba; probablemente estaba usurpando el espacio destinado a Poe y no alcanzaba a comprender el raro malestar psicótico-depresivo que lo invadía.

El sueño profundo es comparado a cierto estado premórbido que cursa con la Nada. Trató de abrir bien los ojos y orientarse, pero distintas fuerzas invadían el ambiente y se posesionaban de lo animado e inanimado.

Apenas si tenía la sensación auditiva íntegra y a ella podía recurrir para identificar cualquier ruido y advertir el peligro. Le pareció escuchar el teléfono - sin asegurarse que era el suyo - supuso que había llegado su hora extrema: pronto vendrían a golpear la puerta o le dejarían una nota advirtiéndole que regresarían inexorablemente.

Su mente empezó a divagar y deambular penetrando por todos aquellos recovecos y enmarañadas circunvoluciones por donde viajamos extemporáneamente. Aún estupefacto, no daba crédito a la patética circunstancia que experimentaba; huir era un paso previo, también lo era enfrentarse y superarlo (al fin, la mente es capaz de trastocar ficción y realidad).

De improviso, por las escaleras se deslizaron rápidos pasos con el resplandor de un haz de luz que iluminó fugazmente la habitación. No podía ser producto de la alucinación, era demasiado evidente la presencia de sombras merodeando el lugar. El resplandor era ahora visible y apuntaba a los últimos rincones del cuarto. Como saliendo de una pesadilla, pudo incorporarse dificultosamente en correspondencia temporal con el momento que la luz se desintegraba y por sus laberintos mentales aparecieron los protagonistas de los muchos relatos inconclusos que en ese instante lo acosaban e instigaban a completar su historia.

Cerró los ojos cuando otro ligero movimiento cerca de su cama lo aturdió y supuso que alguna confabulación se apoderaba de su habitación. Recordó que bajo su almohada había dejado un libro valioso – que para variar - nunca había terminado de leer, pues el final era “su propio final”.

El asesino lo estaba acechando, y sabiéndolo, seguía cometiendo los mismos errores... Intentó a oscuras sacar el libro escondido sin conseguirlo y quedó absorto, pues estaba seguro que lo tenía como guardián de cabecera.

Un disparo de arma de fuego perforó el equilibrio acústico del lugar y, en aquel preciso o quizá precioso momento, él se sintió muerto: ya no percibía ni su propia respiración. Horas más tarde, voces y más voces lo despertaron en el hospital mientras le practicaban un lavado gástrico.

Cuando la policía llegó al escenario halló debajo la almohada el revólver sobre un libro empastado, al que efectivamente le faltaba el final del relato.


Sixto Zegarra Mondragón


1 comentarios:

Orlando M.G dijo...

Que bacán que el amigo sixto tenga su faceta de escritor, por lo visto las clases de razonamiento verbal impartidas por el eléctrico profe Mario-allá en INTERGRAL CLASS- sirvieron de algo.Que pieza tan fundamental y estilística se maneja sixto. Final del relato vaya que sí, un hermoso escrito demostrando que en los profesionales de la salud también se cultiva la buena palabra y la autoridad del argumento, que no es sólo virtud de los letrados sino también de aquellos que sin serlo expresan libremente sus más brillantes dotes literarios. Saludos para la gentita de Ptm de la PROMO 44.

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